sábado, 16 de mayo de 2009

ella

El día que mi madre llegó a visitarme a Petén fue especial. Iniciamos el tour para sureños en Tikal, destino por excelencia para cualquier turista. Tikal es la meca de todo practicante de las artes. Una referencia de aquellos tiempos cuando el incienso alimentaba a los dioses y cuando el hombre era alimentado por ellos. Para mí cada visita se convierte en una experiencia sublime, me transporta a esos tiempos lejanos de cuando la magia regía el vivir de todos en estas tierras. La nostalgia por el olor a pom me consume como una llama lenta alimentada por la necesidad de ese espacio ritual.

Nos aproximamos, dándole la vuelta al gran jaguar, subimos a la plaza. En ese momento sopes negros se posaban en todos los templos y cada uno extendió lentamente sus alas para saludarla, figuras mórbidas y mágicas que coronaban el espacio ritual. Ella. Fría y meditabunda se bebía mis escasos conocimientos extraídos de los libros de arqueología, que devoré con anhelo al nomas llegar al norte. Ella y solo ella. Caminaba sumida en un silencio profundo, tan negro y espeso como su alma.

Mi madre, cuya alma fue dada al lado oscuro hace tiempo ya, recibió la bienvenida digna de una bruja de su calibre. Las artes que mi madre ha practicado en vida se escapan de la tierra con su muerte y tal vez sea mejor así, que mueran con ella. Un astrólogo me dijo alguna vez que mi madre era la encarnación el mal en la tierra, puede que tenga razón, para mí es simplemente aquella que prefirió ser mujer antes que ser madre.

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